martes, 1 de mayo de 2018

PUENTE TABLAS

Mi reciente viaje a Jaén lo puedo catalogar con claros y oscuros. Desde mi decepción con el Museo íbero de Jaén y la dejadez de los responsables de la necrópolis de Toya cerrada en domingo cuando en la pagina web decía que estaba abierto, a la inmensa satisfacción con los yacimientos de Puente Tablas y Cástulo y la amabilidad de todos los trabajadores de estos yacimientos.

El poblado ibero de Puente Tablas se desarrolló entre los siglos VII y finales del III a.n.e. Antes de ese momento, entre los siglos IX-VII a.n.e.. el lugar estaba habitado. Aquel primitivo poblado carecía de murallas y sus viviendas eran cabañas sencillas y sin organización precisa entre ellas. En torno al siglo VII a.n.e. (hace 2700 años) el poblado se transforma y se incorporan nuevas formas de construcción: levanta en su perímetro una muralla, y dentro del recinto se traza una trama urbana con casas y espacios públicos y donde se instala un palacio para el príncipe y varios siglos mas tarde, un santuario.
A lo largo de sus treinta años de investigación, el yacimiento ha evidenciado su gran valor patrimonial a través de una amplia ocupación humana del lugar, desde la Edad del Bronce hasta época Islámica, pero la fase más importante es el periodo ibérico, principalmente el siglo IV a.C. En esta ciudad fortificada ibérica se puede conocer como vivían los íberos del alto Guadalquivir, contemplar una de las más potentes fortificaciones con más de 300 metros conservados y una potencia de más de 5 metros de altura. El visitante puede entrar a la ciudad caminando por donde en su día lo hicieron los antiguos pobladores del oppidum y atravesar la conocida Puerta del Sol.